Previo inicio del espectáculo, los toros son trasladados hacia los corrales de la plaza, donde se realiza un reconocimiento veterinario para verificar su utilidad para la lidia y posteriormente se desarrolla el sorteo de las reses que corresponderá lidiar a cada uno de los espadas.
El espectáculo se inicia con el paseíllo, un desfile de presentación encabezado por los toreros, acompañados por sus cuadrillas y demás auxiliares. Al toque de clarín, el toro sale al ruedo para ser lanceado con el capote por el torero, que estudiará sus embestidas para fijarlo y luego lucirse, dando los primeros pases. Finalizado el toreo de capa, salen al ruedo los picadores que, valiéndose de la puya, miden el grado de bravura del toro y tratan de suavizar sus embestidas.
Cuando suenan los clarines para anunciar el cambio de tercio, da comienzo la suerte de banderillas, ejecutada principalmente por los banderilleros de la cuadrilla. Los subalternos clavan las banderillas o rehiletes sobre el lomo del toro con el objeto de avivar su estado, algo mermado tras el tercio de varas.
En el último tercio, el torero debe mostrar su habilidad para lograr el sometimiento del toro y para lucirse. Ejecuta pases de gran belleza y valor artístico, hasta el momento final: la suerte de matar. El público da su veredicto en función de la calidad de la labor del torero. Los espectadores piden la concesión de trofeos, agitando los pañuelos blancos al viento. Éstos pueden consistir en una o dos orejas, e incluso el rabo del toro.
Al finalizar la corrida el matador puede salir por la puerta grande a hombros de los aficionados, si ha sido galardonado con al menos dos orejas.